sábado, 10 de abril de 2010

EL BLOG DE BLAS DE MOLINA

He recuperado mi antiguo blog (el blog de Blas de Molina).
Estoy trasladando a él alguno de los post que escribí en este (el blog del cerrajero).
http://blasdemolina.wordpress.com

sábado, 23 de enero de 2010

LA MINA DE PONTE

Si Franco se ofreció a participar en la campaña rusa, bien pudo ser por pagar una deuda, aunque hay muchas formas de pagar. También pudo ser la forma que tuvo de evitar que las tropas de Hitler cruzaran España, con el objetivo de “hacernos el favor” de invadir Gibraltar. En esa trampa ya cayó, más de cien años antes, el listillo de Godoy a manos de Napoleón.
Llevar a efecto la oferta lo tenía chupado Franco. Fue tal el número de solicitudes, que los alemanes tuvieron que poner límites a las inscripciones. No es lógico pensar que fue la campaña de propaganda de Franco la que llevó a incautos jóvenes a hacerse matar en la fría Rusia. Por muy pesado que se pusiera Franco, la realidad es que los falangistas, los que no lo eran y los militares, fueron voluntarios. Para los militares, yo no lo soy, pero me imagino que era un caso de "profesionalidad". ¡Manolete, si no sabes torear pa qué te metes! En el caso de los civiles, es lógico que después de tres años de guerra, con las fábricas destruidas, los cultivos arruinados, las casas derruidas y/o las familias enterradas, la mejor salida para muchos, fuera la de continuar la guerra, y hacerlo contra los culpables de su miseria, allá donde se encontraran, ya fueran los comunistas, los del bando nacional, ya fueran los nazis, los del bando republicano.
Los jóvenes españoles de entonces, no tenían menos formación que los de ahora, para lo habitual en esa época. Lo que sí tenían, era menos información, y eso no estoy seguro de que fuera malo.
Menos fervor bélico del que se les achaca, y menos fanatismo ideológico. Lo que había era mucha miseria. Y mucho odio a quien se la había traído.
Hitler por su parte, recibió al contingente español como a un invitado de compromiso, como una ayuda que no necesitaba. El ejército alemán los despreciaba, por ver en ellos a unos hombres zafios y bulliciosos, y por ser unos descarados incapaces de guardar las distancias con sus mujeres. Pronto cambiaron de opinión por el arrojo que los españoles demostraron y el sacrificio al que se sometieron, en algún caso para salvar a alemanes en apuros.
A pesar de todos los sinsabores, hubo algo que los alemanes no terminaban de ver bien: la confraternización con los civiles rusos y el buen trato dispensado a los cautivos.
Los actos de heroísmo individual o colectivo sembraron el territorio en conflicto. Para muestra, un botón.
El cabo Ponte, un herido más, que camina por una carretera, en una interminable hilera formada por otros como él y por los trineos en los que los camilleros transportan a los heridos impedidos. Cada poco han de evitar ser atropellados por las ambulancias, que abarrotadas por los heridos más graves, se las ven y se las desean para poder sortearles.
Quizás en esos momento, en su Coruña natal, hay alguien que se acuerda de él. Quizás en Radio Nacional, el locutor dedique unos minutos a la suerte de los españoles en el frente ruso. Quizás nadie se acuerde ya de ellos.
Tras un terraplén, aparece un carro de combate ruso, que se lanza contra la columna haciendo fuego. Antonio Ponte se queda paralizado. En la mente del cabo se representa la matanza que minutos después se va a desarrollar. Recuerda que en su mochila lleva una mina. Corre al encuentro del blindado, se esconde, deja que este le rebase, salta sobre él, coloca la mina. Sabe que los cinco segundos restantes no le serán suficientes para apartarse. Tres, cuatro. Ambos saltan por los aires.

EL CABO QUE CABÍA EN LA GLORIA

También es mala suerte, que a un paisanín que no ha visto en su vida más que montes y bosques, lo enfunden en un uniforme, y lo manden a este desierto que llaman África, que bien parece la patria del Demoniu, para acabar dejando la pelleja.
– ¡Chaval! ¿Estás vivo?- rompió por cuarta o quinta vez el silencio de la noche, la voz del teniente.
Este hombre no se cansa, me llama insistentemente desde el parapeto, mientras los demás se mantienen en absoluto silencio, esperanzados en oírme, si no la voz, al menos algún gemido o algún ruido.
-¿Cómo dices que se llamaba? –distingo que le dice, más bajo, como para que yo no me entere. ¡Qué chocante!, me llama insistentemente, rechazando la idea de que pueda haber muerto, sin embargo, habla de mí en pasado. Pronto amanecerá y todos verán en qué terminaron los tiros de hace unas horas. Pero yo ya no estaré aquí.
– Luis, hijo ¿me oyes? –vuelve a decir. Quisiera tener fuerzas para contestarle, al menos así conseguiría que se callara, pero apenas me quedan las justas para seguir respirando.
Hace unas horas, cuando comenzaba mi ronda por los puestos de escucha, no me imaginaba lo cerca que estaba de la muerte. Después de todo, tenía razón el jodío Gallego.
– No se aleje mucho, mi cabo –me dijo-, que he visto correr a los moros entre las chumberas.
¡Verles correr! La oscuridad era tan negra que parecía que la habían pintado. Uno no bebe cuando sabe que le toca guardia, le dije con la altanería que creía que me permitían mis galones.
– Yo no he bebio, mi cabo –dijo algo picado, pero guardando el respeto-, pero tengo el pálpito.
Pocos minutos habían pasado desde que, continuando mi ronda, me separé del puesto donde hacía guardia el Gallego. De improviso perdí todo mi aplomo al verme empujado por la embestida de una invisible manada en estampida.
Ahora sé que me voy a morir. Apenas he cumplido poco más de veinte años. ¿Quién se lo dirá a mi madre? ¿Y mi padre? ¿Qué dirá mi padre?, que cuando me vio pavonearme vestido de uniforme ante Madre, me echó en cara todo lo que había penado para sacarnos adelante a mis hermanos y a mí, para que yo me hiciera matar lejos de los míos.
Inmerso en el tumulto que como una ola me arrastraba hasta nuestras líneas, parece increíble que no fuera atropellado, y conservara la vida.
– ¡Alto el fuego que somos españoles!- dijo uno de los moros que me rodeaban.
Lo malo es que les iba a salir bien la jugada, y lo peor es que iba a ser a costa mía, como supe muy pronto.
– Mande bajar las armas, mi teniente –oí decir a uno de mis compañeros- que es de los nuestros. Es el Cabo Noval que estaba recorriendo la línea de escuchas.
Hasta ahí podía llegar la guasa. Como un resorte grité lo más alto y claro posible, que estaba rodeado por el enemigo y que dispararan al bulto, sin dudar.
Ya pronto amanecerá. Empieza a clarear el cielo. Al menos ya no hace frío. Pero lo mejor, es que el dolor del pecho, ha desaparecido. Ahora respiro sin dificultad. Oigo una voz. Alguien se acerca.
– ¡Aquí está, mi teniente! Aquí, al pié de la chumbera entre los cuerpos de estos dos moros. Está muerto.
– Pobre –apuntó el teniente. Pero es muy posible que gracias a eso, nosotros podamos contarlo.
Ya han llegado ellos, y ya me voy yo. Y como despedida dejaré el grito que me costó la vida: ¡Viva España!

Luis Noval era cabo del Regimiento de Infantería del Príncipe nº 3. En 1909, en plena campaña de Marruecos, cuando realizaba su ronda nocturna, Luis Noval se vio sorprendido por el enemigo, que en ese momento realizaba una incursión. El impulso de los atacantes era tal, que no solo no pudo hacerles frente, sino que se vio arrastrado por ellos, retrocediendo hasta sus líneas. Cuando ya se encontraba ante sus camaradas, rodeado por los atacantes y antes de poder dar la alarma, escuchó cómo uno de los moros gritaba: ¡Alto el fuego que somos españoles! El jefe del puesto que al reconocer al cabo, creyó que era él el que había dado el alto el fuego, lo confirmó. El cabo Noval, que se dio cuenta de que por él, los moros acabarían por romper las líneas, gritó: ¡Tirar, que vengo entre moros! ¡Fuego! ¡Viva España! Al amanecer, pudieron rescatar entre dos moros, el cadáver del cabo Noval. Fue condecorado con la Laureada de San Fernando a título póstumo.

viernes, 22 de enero de 2010

¿QUIÉN FUE JOSÉ BLAS MOLINA?

Molina es el personaje al que he dedicado este blog, por honrar así su memoria. En él procuro realizar, con mayor o menor fortuna, un recuerdo a los que han sido mis personajes fetiche. Y lo he hecho en recuerdo de aquel, que a pesar de que sólo ha dejado unas pocas referencias en la Historia, a mí me ha enganchado.
José Blas Molina y Soriano no fue un héroe. Al menos, no un héroe a la altura de los del cuartel de Monteleón. Molina tampoco fue un mártir como lo fue Manuela Malasaña, él salvó la vida el dos de mayo, incluso sobrevivió a la guerra que vino después. Mucho menos fue un mito.
Molina fue un activista, un agitador político. Quizás estuvo a sueldo de quienes querían formar la nueva oligarquía, el conde de Montijo y otros, que eligieron para encabezarla al príncipe Fernando. Pero hasta los poetas necesitan comer todos los días. Yo creo que Molina era quien a mí me hubiera gustado ser, en un momento como aquel. Quizás, como el actual. Quizás… Quizás resulte más interesante leerle a él.

lunes, 18 de enero de 2010

MITOMANÍA POR ALMANZOR

¿Te imaginas encontrar un monumento dedicado a la Luftwaffe en el centro de Piccadilly Circus? ¿Crees posible que pueda haber una placa al Kamikaze desconocido en Pearl Harbour? ¿Quién piensa que es posible ver una estatua de Menguele en Tel-Avit?
Sin embargo, algo así, es posible en España. En el pueblo de Calatañazor, existe un monumento a Almanzor.
Almazor no fue andaluz. Como no fue español. Almanzor fue andalusí. Decir que era un caudillo andaluz, como he leído, seria tanto como decir que Hitler y Napoleón eran polacos, por que un día invadieron y durante cierto tiempo, se asentaron en los territorios de ese país.
En calidad de cortesano, Almanzor entró en la corte califal de Córdoba, donde emprendió una carrera meteórica. Fue acusado de malversación, pero su habilidad le permitió salir con bien.
Fue político, un político ambicioso que se aprovechó de ocupar la cama de la madre de un califa débil, al que él encumbró, para convertirle en un títere de su ambición.
Fue militar, tras casarse con la hija del generalísimo Galib, a la cual le acabó haciendo entrega de la cabeza del generalísimo. Fue un militar cruel, que tuvo como objetivo el saqueo de ciudades cristianas y la captura de los civiles que las habitaban, vendiéndoles después como esclavos en el mercado de Córdoba.
En fin, un arribista, un arribista cruel y un enemigo feroz de los españoles.
Calatañazor, es un bonito pueblo cuyos habitantes se están empleando a fondo, restaurando un ambiente medieval, con el objeto de atraer el turismo, a través de asadores, casas rurales, etc.
No creo que esos vecinos emprendedores, se merezcan la mala publicidad que su alcalde les hace, rindiendo homenaje al que fue gran depredador de sus antepasados.
Lo peor de todo es además de una falta de conocimiento de nuestra historia, estas conductas están interesadamente fomentadas por segmentos políticos. Encima. ¿A que a nadie se le ocurriría colocar una placa dedicada a la Legión Cóndor en Guernica?

domingo, 10 de enero de 2010

MUERTE DE DAOIZ

Entre los textos que con motivo de “El Bicentenario”, de manera compulsiva, me he entregado a leer, he tenido la suerte de encontrarme con el informe que el teniente Rafael de Arango redactó a su superior, en relación con los hechos del día dos de mayo de 1808, en el Parque de Artillería de Monteleón. En el se narran, con unción, las últimas horas de la vida del capitán Daoiz. Me ha parecido que debía de transcribirlo, para poderlo compartir con todos vosotros. Si te parece, busca un momento de intimidad y lee esta narración. Te llevará poco tiempo, pero la sensación que te dejará será intensa y duradera.

...el general francés reconvino ásperamente a Daoiz, que fue lo mismo que excitar y provocar la cólera del León. Tal pareció el ceñudo español, que aún tenía empuñado su sable, sin duda con el propósito de que victorioso o muerto no más volviese a la vaina: y respondió acometiendo al general, que nada caballero y magnánimo no se contentó con parar el golpe, sino que permitió que cinco o seis de sus oficiales y soldados acribillaran a estocadas y bayonetazos a su nobilísimo adversario. De este modo villano fue como lograron los franceses teñir sus aceros con la sangre del más valiente de los valientes que pelearon en aquel día por la más justa de las causas. Por fortuna su cuerpo no fue profanado; todavía respiraba cuando llegamos a socorrerle; lo cargamos y condujimos a un cuarto inmediato a la puerta, y teniéndolo yo recostado sobre mi pecho corrió su sangre espirituosa por mi vestido. Su aspecto allí era el de un héroe moribundo, a quien no solamente rodeaban nuestros suspiros, nuestra admiración, nuestro respeto, sino que algunos franceses, con recogimiento sentimental, se acercaron a contemplarle y ofrecer sus servicios; con tal solicitud que uno de los cirujanos, posponiendo sus propios heridos, se ocupó en curar a Daoiz y hasta mandó a la botica por una bebida que le hizo tomar a cucharadas. Todo fue infructuoso. El alma del hombre del Dos de Mayo se desenredaba ya de su envoltura terrenal: la amarillez sombría de la efusión de sangre había reemplazado al color de su brío, nunca amortiguado en los peligros, movía poquísimo y sin muestra de congoja aquellos miembros muy ágiles en el combate: de cuando en cuando abría enteros los ojos... ¿únicos enjutos en aquella luctuosa escena!... En tal extremidad lo llevaron a su casa, donde exhaló el último aliento de su perseverancia en la lealtad española.

Para ser un informe, tiene la capacidad de arañarle a uno en el pecho. Conmueve, a mí por lo menos.

martes, 29 de diciembre de 2009

FRANCISCO GALLEGO

Me llamo Francisco Gallego Dávila, y soy natural de Valdemoro. Mi vida la tengo entregada, desde muy pequeño, a las labores que me han ido encomendando, en el servicio al Señor. Los últimos años los he dedicado a ejercer como capellán en el Convento de la Encarnación, aquí, en Madrid.

El Jueves Santo pasado, tuve que aceptar el mandato de cerrar las puertas del la iglesia durante la noche, no fuera a ser que aprovechando el ambiente que reinaba en la ciudad, tanto nacionales como foráneos, aprovecharan para expoliar, destrozar o profanar el templo.

No sé si algún día conseguiré entrar en la Gloria, pero hoy he entrado en la Historia. He alcanzado el dudoso honor de ser sentenciado a muerte por el mismísimo Joaquín Murat. Y es que pasé toda la mañana batiéndome con los héroes, como uno más, al lado de los alzados, en los alrededores del Palacio Real. Nunca me sentí más orgulloso de lo que hacía. Sin embargo, cuando me encontré, en medio del combate, con Domingo Pérez, Ayudante de la Real Caballeriza, no dejó de insistir para que me retirara. Que tuviera en consideración mi condición, me decía. No tengo ni que decirlo, no lo consiguió.

Cuando me llevaban detenido, achacaban haberme sorprendido portando una espada, nos cruzamos con el mismísimo Murat. Lástima estar atado y sin la espada al alcance la mi mano. Al señor duque debió de llamarle la atención mi vestidura talar. Hizo detener con un gesto a los que me llevaban y con la mirada les interrogó. Satisfecha su curiosidad, dirigiéndose a mí, me habló.

- Quien a hierro mata, a hierro debe morir.

- Qui in gladio occiderit, gladio peribit, te digo yo a ti también. No sabéis con quien os estáis metiendo. No sois enemigo para mi Señor. Y ahí va otro que puedas entender: Dios castiga sin piedra ni palo.

- Malditos curas. Acabaremos con vuestra Iglesia, aunque tengamos que acabar con vosotros primero – y luego dirigiéndose a los suyos-. ¡Lleváoslo! Y no dejéis de apuntar a éste en la lista.

Don Francisco fue arcabuceado por los franceses la madrugada del 3 de mayo de 1808 junto a otros cuarenta y dos patriotas, elegidos por sorteo entre otros detenidos. Las víctimas procedían de los depósitos de detenidos de Chamartín, de la Puerta de Santa Bárbara y del Cuartel de los Gilitos. Tras haber sido ofendidos de palabra y obra, se condujo al grupo elegido hasta la Montaña del Príncipe Pío. Allí, a las cuatro de la mañana, que fueron arcabuceados junto a la tapia y abandonados en una fosa cavada por sus verdugos. Don Francisco fue retratado en su momento final por su tocayo Goya, en el cuadro de Los fusilamientos del 3 de Mayo, se le reconoce fácilmente por la tonsura de su cabeza y el hábito gris que lleva. Allí permanecieron, en el fondo de la fosa, sin recibir cristiana sepultura durante nueve días, “que no se toquen los cadáveres“, ordenó Murat, como escarmiento, que sujetara la ferocidad de los madrileños y para evitar que las exequias fueran germen de nuevos altercados.

Cuando las autoridades francesas dieron permiso para darles sepultura. Los hermanos de la Congregación de la Buena Dicha rescataron los cuerpos y los enterraron en un pequeño cementerio próximo, propiedad de los empleados del cercano Palacio Real.

“El día 12 de mes de Mayo de 1808 fueron enterrados en el campo santo de esta Real Parroquia de San Antonio de Padua de la Florida, 43 difuntos que fueron hallados en un hoyo de la montaña que llaman del Príncipe Pío: los mismos que fueron arcabuceados por los franceses el día 3 de dicho mes a las cuatro de la mañana, y al tiempo de la excavación fueron reconocidas las personas siguientes: Manuel Antolín, D. Francisco Gallego y Dávila, Juan Antonio Serapio, Domingo Braña, Rafael Canedo, Antonio Mazías de Gamazo, Antonio Zambrano, Martín de Ruicavado” acompañada de la siguiente nota al margen: “Españoles arcabuceados por los franceses”. Del “Libro de entierros que principia este año de 1799″, fol. 8. vto. Año 1808.